martes, 9 de julio de 2013

EL PRINCIPIO DE AUTONOMÍA Y LA SALUD DEL ÚLTIMO HOMBRE

Consentimiento libre e informado:
El origen del modelo de autonomía se inicia oficialmente con el Informe Belmont, en 1978. Este informe especifica cuatro principios éticos básicos que deberían guiar la práctica médica y la investigación con seres
humanos en las ciencias del comportamiento y en biomedicina. A partir de él, los principios de beneficencia, no maleficencia, justicia y autonomía serán también los de toda la bioética. 
El documento del consentimiento libre e informado, la materialización del principio de autonomía, expresa la voluntaria aceptación por parte del paciente de las actuaciones médicas necesarias para establecer el diagnóstico, para el tratamiento de la enfermedad o dolencia o para su participación en ensayos clínicos. 
El reconocimiento de la autonomía en bioética tiene importantes implicaciones. Su respeto garantiza que el ser humano no sea utilizado como un simple objeto para la ciencia, y que el hecho de convertirse en paciente no lo despoje de sus derechos fundamentales ni de los valores que configuran su estilo de vida. La autoridad para decidir sobre las cuestiones que incumben a la salud del sujeto se sitúa, por fin, en el propio sujeto.
el principio de autonomía cobra un papel adicional en la época de la globalización. Y, en fin, parafraseando a Engelhardt, el principio es importante no sólo por el compromiso que supone con un ideal liberal, sino por la dificultad para descubrir una visión concreta de los objetivos de la asistencia sanitaria en un contexto plural.


La brújula de Kant y el ámbito de la bioética:

La bioética, más que una disciplina, es un espacio de reflexión en el que entran en juego aspectos jurídicos, económicos, políticos, científicos, sociales, religiosos, etc.
La biomedicina y la biotecnología nos proponen transformar nuestro cuerpo, aceptar o rechazar terapias y decidir dónde empiezan y terminan la vida y la muerte, ¿Cómo encaja en todo este contexto el planteamiento kantiano de la autonomía?. Kant afirma que lo que tenemos que hacer para que nuestro querer sea moralmente bueno no depende de mucha ciencia y tampoco de agudeza, que podemos ser inexpertos en lo que respecta al curso del mundo, pero que basta que nos preguntemos si podemos querer también que nuestra máxima se convierta en una ley universal. Con esta brújula en la mano, dice Kant, “no hace falta ciencia ni filosofía para saber qué se tiene que hacer para ser honrado y bueno, e incluso sabio y virtuoso”. Pero para emitir un juicio moral no sólo es necesario observar, sino hacerlo moralmente, y esto depende también de la movilización de los afectos y, por supuesto, de la información contrastada que tenemos sobre las cuestiones sobre las que estemos deliberando.
El proceso mismo de universalización ha de sostenerse sobre un conjunto de convenciones asumidas que favorecen un tipo de vida, una base sobre la que estamos ya de acuerdo o queremos hacer realidad. En el caso de Kant, ese conjunto de valores está definido de una vez para siempre y es igual para todos. Pero cuando las decisiones afectan a todos, espacial y temporalmente, e implican a toda la biosfera, la generalización del individuo aislado carece de la legitimidad suficiente, no puede sustituir al debate público y multidisciplinar. Para estar a la altura de las cuestiones que nos plantean hoy las ciencias de la vida se necesita mucho más que la brújula kantiana. Se precisa también formación, hábito en el ejercicio como ciudadanos, diálogo social e intercultural, responsabilidad, sensibilidad, instituciones y foros adecuados, y una cuidadosa evaluación, al menos hasta dónde sea posible, de las consecuencias.
Olivier Reboul ha afirmado que con los valores de Kant no se puede vivir plenamente, pero que sin ellos no se puede vivir humanamente. En las cuestiones que afectan a la salud de cada individuo definitivamente cuentan su escala de valores y el estilo de vida que considera deseable.
Jorge Riechmann, el sujeto moral que insistentemente se toma como  referencia en las reflexiones sobre ética se corresponde con un varonil sujeto continua y constantemente racional, sin discapacidades dignas de mención, con buena salud y libre de alteraciones. La corporalidad, la vulnerabilidad, la dependencia humana quedan en un segundo plano. No estaría mal, señala el autor, recordar que somos primero mamíferos sociales, antes que agentes morales.
El concepto de autonomía en bioética no es, pues, unívoco. Implica capacidad de  autodeterminación, pero también autoexpresión. No se reduce al concepto kantiano, y no comparte todos sus supuestos.

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